El Conde fue mi mejor profesor de Lengua y Literatura española. El colegio era el típico de curas, sólo chicos, con buen nivel académico y deportivo, en un barrio de clase media de Madrid, con un patio de cemento con las rayas de los campos de juego pintadas en blanco y amarillo, cruzándose, al que luego se le añadió un polideportivo cubierto. Los curas al principio vestían todos sotana, luego fueron dejándola por el tergal y la pana, al tiempo que perdían la vocación y se hacían seglares. El colegio cambió con los tiempos y eso hace que el recuerdo y el poso sea un tanto borroso, mezclado, con claroscuros.
Lo que no cambió fueron algunos de los profesores. Cómo el pader Dámaso, profesor de ciencias naturales, con tan gran voz como corta estatura, que sembró en muchos de nostros el amor por la biología y las ciencias de la vida. O el Villalta que combatía su úlcera con bicarbonato y gestos en los que estiraba la cara y el cuello, como queriendo estirar también el esófago y restañar así la herida que le mortificaba, todo ello mientras nos explicaba las bases de la química orgánica.
Pero entre todos ellos sobresale el Conde. Bajo y ancho, sin ser gordo, más bien cuadrado y sólido.Con unas gafas de las de culo de vaso cuyos cristales eran tan gruesos que amarilleaban. Caspa en los hombros y una permanente media sonrisa que no era de risa sino de ironía.
Tenía fama de coco, porque exigía mucho. Sus clases incluían lecturas de los clásicos y análisis de los textos, pero no sólo gramatical, sino para entender sus sentido, aprender a bucear en las motivaciones últimas del escritor. Un párrafo podía dar de sí toda la hora, en la que todos participábamos y nos estrujábamos el cerebro para tratar de entender el significado oculto de las palabras.
Otros días nos dedicabamos a escribir; nos daba una frase, una palabra o un asunto y nos pedía que escribiésemos una redacción. Al final de la clase dos o tres elegidos al azar la leerían y entre todos la comentaríamos, fascinante ejercicio en el que además aprendías muchísimo sobre lo que poblaba la cabeza de nuestros compañeros de pupitre.
Famosas eran sus palabras de vocabulario, que recitaba solemne de tres en tres para que las apuntáramos y buscáramos su significado en el diccionario: bodoque, cofrade, patibulario. Tuétano, miriñaque, estrambótico. Al día siguiente nos pondría a todos en fila y nos iría preguntando: si acertabas, un golpe con las llaves en la mesa para pasar al siguiente en la fila. Si fallabas, dos golpes rápidos, impacientes daban la oportunidad al compañero siguiente. A veces alguno se equivocaba y daba una definición muy alejada de la correcta. Entonces el Conde interrumpía la cadena: "señor Rodriguez, no tiene usted ni idea, váyase a la mesa a romper pantalones", provocando las risas de todos, incluido Rodriguez, que se iba a su mesa algo colorado, pero que probablemente no iba a fallar la próxima vez.
Nos hizo leer a los clásicos, sobre todo el siglo de Oro, pero también a los grandes escritores del XIX (Galdós, Moratín, Larra...) y XX (Ferlosio, Delibes, Cela...) A chavales de 15 años, y que nos gustara. Nos enseño a escribir y a razonar y la importancia de un vocabulario rico y variado. Nos enseño que escribir versos no tenía porque ser una cosa de la edad o del pasado.
Luego supimos que él mismo era poeta y amigo de poetas y participaba en jornadas de poesía en las que leia sus versos aunque nunca conocimos que publicara sus poemas, ni nunca nos leyó ninguno.
Conde, no se dónde andas ni que ha sido de tu vida, ya jubilado de un colegio que no reconocerías. Seguro que sigues leyendo. Espero que sigas escribiendo, aunque nadie te lea. Y espero que sepas que muchos de nosotros recordamos con gratitud tus enseñanzas.
2 comentarios:
¡Enhorabuena, Ángel! Has hecho una descripción emocionante de una época pasada, y de un profesor, maestro diría yo, de los que nunca se olvida.
Sólo comentarte dos puntos: el de las llaves contra el lateral del pupitre, "clac clac", para decir "siguiente", era el Niquita, que nos daba latín, no el Sr. Conde.
La segunda cosa que quería decirte es que el Sr. Conde vive en Burgos y que hablé hace no mucho tiempo con él, gracias, como no, a Cuquina o Carmen, que no sé como la llamas, que tiene su teléfono. En efecto, está jubilado y todo lo va bien.
Un abrazo, Ángel, y muchas gracias al hacernos revivir,deliciosamente narrado, aquellos tiempos.
Mariano Fdez-Aceytuno
Antiguo Alumno SSCC
Pues yo también deseo felicitarte por tu descripción, y hacer dos correcciones: una a ti, otra al corregidor (al fin y al cabo, yo soy corrector).
Quizá vosotros, los mayores, no sabíais que D. Luis Conde (al que tu hemano Jorge fue el primer alumno que se atrevió a llamar de tú), sin el don, escribía poesía. Nosotros, los enanos, sí lo sabíamos: en los exámenes de comentario de texto, todos los años colaba un poema suyo entre lo de Garcilaso, Lorca o Bécquer, que tanto gustaba de proponernos. Concretamente recuerdo un poema que hablaba de "tempranas cintas negras surcando los cielos" (se refería al vuelo matutino de los vencejos) que nos cayó en un examen. Todos mis compañeros comenzaron su análisis con elogios y acabaron atribuyendo el poema a Garcilaso o a Góngora, unos, y a Dámaso Alonso, los más atrevidos. Yo hice lo contrario: documenté la escasa calidad de las imágenes y la falta de ritmo en algún verso, para acabar denunciando directamente la autoría: el poema es suyo. La nota final, tras semejante desvergüenza por mi parte (eso me decían mis compañeros), fue un sobresaliente. Lo cual dice mucho bueno del que, para mí, siempre fue D. Luis.
La corrección para tu corregidor: D. Luis Conde hacía el toc, para el correcto y el toc, toc, para el erróneo, pero no con las llaves, sino con sus nudillos. Eran las competiciones de vocabulario: estringa, suripanda, cariacontecido, troje, birloche, dishicep (esta última es la verificación que me pide el blogger para colocar el comentario).
Álv
"Menos Antiguo Alumno" SSCC
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