Hace unos 12 años compré una agenda moleskin negra, tamaño breviario como se decía antes o bolsillo. Para los que no conozcan esta legendaria pieza fundamental del equipaje de viajeros y exploradores, es de tapas negras de piel, hojas gruesas y lisas, con un ligero tono amarillento, y se cierra con una goma que asegura que no se abra accidentalmente y todas sus hojas y secretos se desparramen.
La agenda moleskin ha sido como decía, pieza fundamental de exploradores y periodistas, viajeros, entomólogos y artistas, científicos y pintores que han utilizado sus páginas para anotar, copiar, dibujar o escribir pequeños párrafos, que luego por la noche pudieran revisar y pasar a sus cuadernos de viaje o de observación, saboreando un te en la tienda de campaña o un gin tonic, poco hielo por favor, en el Ruffles de Singapore, o en el Norfolk de Nairobi o en Mena House a los pies de las pirámides, o un vaso de montepulciano o de tsantali en una habitación con vistas.
Yo la compré con la ilusión de revivir en mi piel alguna de esas aventuras, si bien mucho más modestas. Durante los últimos doce años he viajado literalmente por todo el mundo: he estado en los honky tonks de Manila o los street markets de Hong Kong, en medio de la Pampa y en la poblada Sao Paulo, en la convulsa Moscú y en la pacífica Viena, en Memphis negra, caliente y azul así como en la blanca y fría Calgary.
He visto todas las razas, escuchado todos los idiomas, olido todos los olores y comido todas las comidas. He conocido a gente grande y pequeña, de cuerpo, espíritu y ambiciones. He tenido experiencias extraordinarias y otras vulgares. He estado en medio de la soledad de las muchedumbres y el hormigón, así como de la otra soledad, la de las planicies, las montañas y los bosques. También me he sentido acompañado. He subido a aviones a muchos lugares y a otros que volvían, me he cruzado con muy diversos tipos en los aeropuertos y estaciones, en las campas de coches de alquiler y en los muelles. He recorrido kilómetros sólo y en compañía de gente con la que hablé de todo y nunca volveré a ver.
Durante estos doce años he viajado por todo el mundo y mi agenda moleskin me ha acompañado siempre, en mi maletín, cerrada y asegurada con su goma negra, sin que en estos doce años haya escrito, anotado, dibujado o copiado nada. Muda testigo en blanco de mis viajes.
Supongo que algo pensaría, vería, algo me impactaría o impresionaría mi retina. Sin embargo nada fue suficiente como para abrir la agenda moleskin negra y manchar la blancura algo amarillenta de sus páginas gruesas con escritos, anotaciones, dibujos.
Han tenido que pasar doce años para que, ahora que no viajo, escriba, anote, dibuje o copie en esta agenda moleskin virtual y digital, que no tiene tapas negras pero se cierra con un botón y protege sus secretos con un nombre de usuario.
No se si me acordaré de todo lo que he visto, olido, escuchado. De todas los sitios y gentes con quien he estado. Preguntaré a Kowalsky por si él llevara también una agenda moleskin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario