lunes, 28 de septiembre de 2009

Clases pasivas

Hoy he paseado, o mejor cruzado, un parque céntrico en Madrid. El día era soleado e invitaba a sentarse en un banco y disfrutar de un momento de tranquilidad en el agobiante día de trabajo madrileño.

Allí se veian niños recién salidos de la guardería concertada acompañados por sus cuidadoras (antes tatas) bolivianas. El sistema de colegios y guarderías español es universal y combina a la perfección (si es que la perfección es alcanzable) la necesidad de educar a los niños desde temprana edad con los derechos laborales de los trabajadores escolares, lo que hace inevitable la contratación de cuidadoras no especializadas, en ocasiones incluso poco indicadas, para cubrir los largos lapsos de tiempo, a diario así como de forma acrecentada durante las vacaciones, que se producen entre los horarios de colegios y guarderías, y los horarios de los padres y madres trabajadores. No se muy bien por qué, pero los horarios de estos últimos son mucho más largos que los horarios de los trabajadores de guarderías y colegios. Tampoco sé si esto obedece a la fuerza de los sindicatos del sector educativo que han hecho valer sus reivindicaciones horarias por encima de cualquier otra, a la debilidad de los sindicatos de los otros sectores donde trabajan papá y mamá, o forma parte de las políticas de fomento de la inmigración, que también pudiera ser.

Observando los juegos de los niños hay una variopinta población que ocupa la mayoría de los bancos del parque. Hay hombres de mediana edad, sólos o en parejas, unos mejor vestidos otros peor afeitados. La mayoría tiene un periódico en sus manos, abunda la prensa gratuita, en unos casos lo leen y en otros lo estrujan. Son representantes de la nueva, y al paso que vamos, mayoritaria clase social de trabajadores en paro. La alegría de los niños y los mensajes melosos del gobierno sobre las prestaciones sociales no parecen ejercer ningún efecto sedante, sino más bien todo lo contrario y abundan los gestos hoscos, los ceños fruncidos, las miradas preocupadas.

Lo que si tiene efecto sedante es el líquido oscuro que beben directamente del envase de cartón un grupito de sin techo que ocupan otros dos bancos. En este caso y sin distinción todos van mal vestidos y peor afeitados. Aunque no oigo nada de lo que dicen, la conversación es claramente circular, sin salida, sin dirección, seguramente como sus vidas.

La tranquilidad en cambio domina en otros bancos poblados por personas de la tercera edad como se dice ahora, ancianos y ancianas, viejos y viejas, abuelos y abuelas, jubilados y jubiladas, todos y todas sentados al sol, solos o en compañía, en algunos casos en su silla de ruedas o apoyados en su andador, muchos acompañados de una cuidadora boliviana. Ellos ya han hecho todo lo que tenían que hacer y ahora se sientan en el parque bajo el cálido sol de septiembre, que el invierno es muy duro.

Idílica visión la del parque, llenos sus bancos de personas que ven el mundo a otra velocidad, mucho más despacio. Tan despacio que no están en activo. Clases pasivas se llamaban antes e incluía a jubilados y discapacitados. Ahora, capas menos favorecidas de la sociedad según la terminología suavizante tan en boga en la activa clase política, perceptores de ayudas y subsidios de todo tipo, acreedores de prestaciones, receptores de derechos sociales, destinatarios de leyes de igualdad y dependencia, decretos de extranjería o desempleo. Ejemplo perfecto del universo Bibiana o Leire, Corbacho o ZP.

Mientras, me levanto del banco y retomo mi camino hacia el agobiante día de trabajo, a reincorporarme a mi papel en las menguantes clases activas a las que todavía pertenezco, y que sufragan por una mal llamada solidaridad impuesta a esas clases pasivas, cada vez más numerosas. Y el problema no es compartir o subsidiar a niños y jubilados, a parados y dependientes. El problema es que cada vez hay menos activos para más pasivos. Y Bibiana y Leire, Corbacho y ZP y los otros no quieren saber nada de eso.

No quieren ni escucharlo, porque no han sido nunca clase activa.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El mundo es una patera

Año a año, mes a mes, día a día siguen llegando las pateras. Ya casi no son noticia, o lo son pero no las registramos.Es como cuando oimos pero no escuchamos. Llegan pateras pero no lo pensamos.

Algunas, muchas no llegan; o llegan a medias, la mitad de sus pasajeros ahogados, la mitad deshauciados. Pero no sabemos cuantas no llegan, cuantas se pierden por el camino, en la oscuridad de la noche del Estrecho, en la soledad de la inmensidad atlántica.

Pateras en la noche, cruzando un mar nunca visto ni soñado por sus ateridos y aterrorizados pasajeros, rumbo incierto a un país imaginado y sí soñado.

Me quiero imaginar las conversaciones en la aldea a la tenue luz de la luna y las escasas bombillas. Conversaciones largas, en voz baja, con la mirada perdida en sueños de una vida futura de abundancia, de oportunidad al otro lado del gran lago salado y oscuro. Conversaciones repetidas una y otra vez hasta que una noche, ya hay uno menos en la tertulia, uno menos que partió a la costa, con sus ahorros y los de su familia, empeñada la chabola, los pocos bienes que se pueden empeñar, empeñada la vida en cruzar el mar.

Me puedo imaginar la espera en los puertos, la búsqueda del mediador, del traficante, del patrón que les encuentre un lugar en la próxima patera, un trozo de banco de madera a donde atarse para que las olas no lo tiren al mar, un hueco donde guardar el escaso equipaje que servirá de almohada, manta, hogar. Un billete al futuro incierto que les aguarda al otro lado del agua, a través del infierno.

Pateras en la noche que salen de puertos oscuros a un viaje para el que nada les ha preparado, a través de un mar nunca visto ni soñado. Viaje interminable. Imagino la primera noche en la mar cuando el miedo vence irremediablemente al sueño y a la imaginación. Caras oscuras y asustadas, un canto en la noche con voz temblorosa, vano intento de vencer el terror. El llanto callado de una mujer joven, el llanto aterrado de un niño.

Pateras en la noche engullidas por olas negras y crestas blancas, que remontan y vuelven a ser engullidas. Frío, frío, llanto, miedo, frío, hambre, olores de hombres y mujeres apiñados y aterrados, humedad y frío.

Cuando llegan, los que llegan, descubrirán que el sueño no era tan hermoso, que el maná no cae del cielo, que la tierra de abundancia está llena tambien de miserias y dificultades. Muchos descubrirán que en la travesía han perdido algo irrecuperable, algo que les mantenía despiertos en aquellas conversaciones en la aldea, la ilusión de prosperar, de vivir en un mundo lleno de luz y comida y ropa y cosas brillantes.

Pero muchos encontrarán un camino, a traves de la playa, del top manta o del rastrillo callejero. A traves del piso (patera) en Tetuán, del Seat Panda, del colmado o la peluquería afro encontrarán su camino y su fortuna.

Y alimentarán con su suerte y su historia otras ilusiones, otros sueños, otras conversaciones en la aldea, en cualquier aldea, en los barrios de hojalata de Lagos o Dakar, Benin, Conakry o Lomé. Conversaciones en las que no se hablará de la oscuridad, del miedo, del frío, de los que no llegaron, de los que engulló el mar, de los que se perdieron en tierra, de los que devolvieron desde la frontera en otras pateras con alas, de los que abandonaron en el desierto.

Solo hablarán, del sueño, de la ilusión, de la vida de abundancia al otro lado de las olas.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El referéndum (o la república independiente de mi casa)

He decidido convocar un referéndum para votar sobre la independencia de mi casa.

Es cierto. Somos diferentes. Tenemos una historia propia. Estamos orgullosos de nuestra identidad. Hablamos de aquella manera. Nos sentimos independientes. Y vamos a conseguirlo!

Claro que quizá haya que hacerlo por partes. Yo creo que podemos empezar por solicitar la segregación de nuestra calle del distrito municipal, alegando falta de inversión, gestión alejada de los intereses de los habitantes de nuestra calle, ausencia de diálogo y de voluntad política de reconocer nuestras diferencias, y sobre todo, que los de nuestra calle pagamos más de lo que recibimos, que hace que no arreglan la acera ni se sabe. Quizá pudiéramos asociarnos con otras calles que se encuentren en la misma situación que nosotros y así hacer más fuerza.

Una vez conseguida esta segregación nos plantearíamos la secesión de nuestro edificio del resto de edificios de nuestra calle. Nuestro edificio es el más antiguo con diferencia. Ha sido edificio residencial durante más tiempo que los otros edificios de la calle y tiene mucha más solera. Es más, el resto de edificios deberían quedarse todos asociados a la calle y no pretender segregarse también y tener independencia, que aquí cualquiera se cree con derechos históricos.

Es entonces, una vez conseguida la independencia de nuestro edificio, nuestra ínsula, por fin, anhelo histórico largamente esperado por nuestros convecinos, es entonces digo cuando habríamos conseguido el impulso político necesario para convocar un referendum que propiciaría la independencia de nuestra casa, un cambio histórico, planetario diría yo, dados los lazos que unen a nuestra familia con Estados Unidos y los países más importantes de nuestro entorno, que nos llevaría a una nueva dimensión de lo político, de la organización de lo público, la Europa de las familias, la alianza de las generaciones. Un nuevo espacio de libertades y derechos ganados democráticamente frente a las organizaciones Estado, al poder omnímodo y casi tiránico del Ayuntamiento de mi ciudad a través de una organización de distritos y calles que encorseta el ansia de libertad y expresión de mi familia. Por fin la libertad y la independencia.

De momento estamos todas las fuerzas de mi casa en sintonía para conseguir este objetivo de máximos; no hay disensiones entre las distintas facciones que recogen sobre todo intereses divergentes de género y generación. Luego ya sí, una vez conseguida la independencia, ese frente posiblemente se rompa y empezaremos la batalla democrática por el poder dentro de la república independiente de mi casa.

Claro que ya se alzan voces que exigen que no se hable de mi casa, sino de "nuestra" casa. Además el término "casa" parece que está en cuestión: frente a posiciones más conservadoras ligadas al poder fáctico tradicional en nuestra familia que abogan por el término "hogar", y que estarían dispuestas a aceptar el término "casa", otras voces más progresistas que recogen el sentir de las clases más jóvenes y los grupos más proximos al feminismo, exigen la abolición de cualquier nombre que pueda asociarse al pasado, al concepto tradicional de familia y defienden los conceptos de "vivienda compartida", "conjunto habitacional" o incluso "ámbito doméstico de decisión".

Por otro lado existe una gran polémica en cuanto al modelo de la jefatura del "espacio doméstico compartido": frente al modelo de "república independiente", defendido por los que se sienten muy cómodos en el seno de organizaciones transnacionales de origen sueco que se han distinguido en los últimos años por defender este concepto, algunos abogan abiertamente por la monarquía al grito de "Mi casa, Mi castillo", defendiendo la decoración estilo imperio.

Menos mal que, previsoramente, me he reservado un pequeño despachito en el que siempre podré refugiarme de las batallas políticas que se avecinan cruentas y apasionadas por el poder en nuestro... ¿condominio?.

Y si esto me saliera mal, me retiraré a la escalera de servicio: allí en la tranquilidad del patio trasero, y protegido por los abruptos escalones y los oscuros rellanos me haré fuerte y combatiré con todas mis energías por mis derechos históricos y mi independencia. "En pie patriarcas de la tierra, en pie desposeida legión...".

Postdata: al cierre de esta entrada en el blog, estoy en efecto atrincherado en el rellano de la escalera de servicio de mi casa. Me han cerrado el acceso a la calle y a la azotea. No tengo agua ni comida. Las fuerzas opresoras, seguramente obedeciendo intereses de alguna organización del Estado, no reconocen mi soberanía ni mis derechos históricos y no cejarán hasta mi rendición. Sin embargo yo resistiré compañeros: Visca la escalera de servicio! Askatasuna al patio trasero!

sábado, 5 de septiembre de 2009

El Limpia v2.0 (o la evolución de un clásico)

En una entrada anterior hablábamos de mi Limpiabotas habitual, de su pequeño negocio y de nuestro respeto por quien decide buscarse la vida con ingenio, osadía y esfuerzo.

Como quiera que todo evoluciona, la fotografía adjunta tomada por Kowalsky en Atlanta, EEUU, ilustra un camino, una forma de evolución y desarrollo de la profesión que, puedo asegurar, mi Limpia de la glorieta madrileña no ha vislumbrado aun u que posiblemente no se puede ni imaginar.
En cualquier caso, bienvenida la innovación y el progreso de una profesión que algunos daban por muerta, pero que, a la vista esta, sigue viva y despertando muchisimo interés.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El último pasajero del IB 3034

Esta vez había organizado mi regreso de vacaciones con tiempo e inteligencia. Al caer el 30 de agosto en domingo, pensé que las carreteras estarían llenas de coches no sólo ese día, sino también el lunes. Así que muy ufano reservé un billete de avión a primera hora el lunes 31 de agosto, lo que me permitiría llegar a buena hora al despacho en Madrid y disponer de un día completo de trabajo sin agobios en la carretera.

Con tranquilidad e íntima satisfacción por mi sabia decisión llegué el lunes al aeropuerto de Málaga con tiempo suficiente para tomar un cafe, pasar los controles de seguridad y esperar plácidamente a embarcar junto a los otros pasajeros. Durante ese breve rato de espera pude observar a algunos de mis compañeros de viaje. Muchos regresaban como yo de sus vacaciones, no sólo a Madrid, sino también a otros destinos y tenían vuelos de conexión en Barajas. Había varios americanos, del norte y del sur en esa situación y me fijé con simpatía en una joven familia con dos niños pequeños que, como luego confirmé, tenían toda la pinta de ser de Chicago.

Otros pasajeros empezaban con ese viaje sus vacaciones, como las dos parejas malagueñas de mediana edad en camino a Praga, la pareja (?) de chicas que viajaba a Miami, o un grupo con aspecto zarrapastroso que se dirigía a Nueva York. Por último, un tercer grupo de pasajeros viajaba por trabajo, la mayoría malagueños en viaje de negocio a diversos puntos de España y Europa.

Con puntualidad y una alegre anticipación en el ambiente embarcamos y tras las oportunas salutaciones de la tripulación, el avión empezo su rodadura por la pista. A los pocos segundos sin embargo un súbito frenazo nos hizo levantar la cabeza a algunos. El frenazo fue seguido de unos cuantos bloqueos de ruedas más y es entonces cuando presumimos que algo no iba del todo bien. En efecto, el capitán nos informaba a continuación de una avería en el sistema de frenado del avión que obligaba a dirigir el avión a un área de aparcamiento y avisar a los mecánicos de mantenimiento.

Cualquiera que haya volado con cierta frecuencia sabe que cuando pasa algo así los tiempos se alargan de forma desesperante y así fue esta vez también. Al rato resultó evidente para todos, incluido el comandante del avión que la cosa iba para largo y ordenó el desembarco de los pasajeros, así que de vuelta a la terminal.

Ahí empezó un cúmulo de despropósitos por parte del personal de tierra de Iberia. Se dice que la mejor política de servicio al cliente no es aquella que gestiona la normalidad sino la que se enfrenta a una crisis con éxito. Según escribió un antiguo CEO de SAS (referencia muy apropiada en este caso), cada contacto con un cliente es un oportunidad de entusiasmarle, es un momento de la verdad. Qué ocasión perdida! Qué de momentos de la verdad perdieron durante ese día.

En principio se nos dijo que seríamos informados cada media hora sobre la marcha de los acontecimientos y las decisiones o medidas que se iban a ir tomando. Así fue durante las primeras dos horas pero luego la información desapareció y con ella cualquier atisbo de racionalidad y organización, sentido y procedimiento en la coordinación de una solución para los 150 pasajeros dejados en tierra en el aeropuerto de Málaga.

Resulta que el avión no pudo ser reparado en tiempo y hora. Resulta que no había otro avión disponible, ni en Málaga, ni al parecer en otro lugar, ni de Iberia ni de otra compañía. Resulta que los dos vuelos vespertinos con destino a Madrid estaban sobrevendidos y no tenían plazas libres. Resulta que no había personal suficiente, ni una sala o lugar acondicionado con terminales que permitieran gestionar la recolocación de los pasajeros en vuelos de otras compañías. Resulta que ni un sólo responsable por encima de supervisor se tomó la molestia de asomarse a ver que pasaba, ni le dedicó un minuto a pensar como gestionar mejor una solución.

A eso de las tres de la tarde llegó una noticia que se dispersó rápidamente entre los pasajeros del vuelo IB 3034 de esa manera informal y etérea en que se corren los rumores y las malas noticias:parece ser que Spanair ponía a disposición de Iberia 70 plazas en su vuelo de las 7.30 a Madrid. Eso era todo lo que había disponible ese día; no todos íbamos a tener plaza, el resto volaría al día siguiente.

Como no podía ser de otra manera, no se arbitró un procedimiento ordenado y rápido de asignación de esas 70 plazas y los pasajeros nos vimos obligados a reubicarnos de nuevo en otra cola, en otra ventanilla, cargando con nuestro equipaje y nuestro creciente enfado, para obtener una plaza en el ansiado vuelo de Spanair. Eso sí, nos dieron vales de comida (aunque lo que de verdad queriamos era volar a Madrid, no un sandwich y una coca cola).

No se si hubo algún criterio en la asignación de plazas en ese vuelo de Spanair. Mi sensación es que no, aunque es cierto que la mayoría de los pasajeros que tenían conexiones con vuelos intercontinentales, ya para el día siguiente, obtuvieron plazas. Lógico, teniendo en cuenta que de lo contrario hubieran perdido otro día más y posiblemente hubiera corrido sangre (sudor y lágrimas ya las hubo). Otros psajeros optaron directamente por volar un día más tarde y quedarse esa noche en Málaga. El caso es que yo no conseguí plaza en el vuelo de Spanair y con desaliento vi como mis compañeros de fatigas fueron obteniendo sus tarjetas y marcharon hacia su destino.

Adiós Spanair, vuelta a Iberia. Mis opciones, si quería volar ese día, se vieron reducidas a esperar pacientemente en lista de espera el fallo de algún pasajero en el último vuelo del día de Iberia con destino a Madrid.

Allí estaba yo mirando con rencor a los alegres y previsores pasajeros, mucho más listos que yo me parecían, que acudían con su reserva al mostrador de facturación a recoger su tarjeta de embarque para ese vuelo. Cada pasajero era una oportunidad menos para mi, que ya llevaba por entonces 10 horas en el aeropuerto. La fila era inacabable y yo me consumía. Por fin pasó el último y me acerqué al mostrador dónde cerraban el vuelo, junto con otros dos o tres almas en pena como yo para ver si el destino se apiadaba de nosostros. "El vuelo está sobrevendido y no quedan plazas" oí que decía el supervisor de facturación. Aún así me acerqué al mostrador únicamente para que me confirmaran que ya no había asientos disponibles en el vuelo.

Medio aturdido por la noticia alcancé no obstante a oirle decir: "Si quiere puede intentarlo en la puerta de embarque. Hay 14 pasajeros que han facturado desde casa, a lo mejor falla alguno". En breves segundos sopesé mis opciones; ya de perdidos al río, sin pensarlo dos veces me dirigí por segunda vez en el día al control de seguridad, hice la consabida cola, me quité el cinturón, el reloj, el móvil, los zapatos etc....la máquina pitó como siempre y tras ser convenientemente palpado y auscultado, corrí ciego hacia la puerta de embarque B22 mientras oía por los altavoces "Última llamada a los pasajeros con destino Madrid...."

Cuando llegué a la puerta de embarque sólo quedaba una empleada de tierra que estaba cerrando el vuelo. Presenté mi tarjeta de lista de espera y esperando lo peor oigo que en efecto hay una plaza libre pero que yo no figuro en la lista de espera así que no me puede dejar embarcar. No me lo podía creer! No sé que cara puse, cómo me contuve para no gritar de frustración, cómo supliqué y rogué, el caso es que la señorita accedió a llamar a la compañía y ante mi insistencia y apelación a su sentido de la compasión y una vez que hube demostrado una vez más mi calidad de náufrago del vuelo IB3034, conseguí por fin el acceso al avión.

Por fin! Premio a mi tesón y determinación, mi fe en mi suerte, mi baraka, 11 horas más tarde había conseguido una plaza para volar. A trancas y barrancas, con mala organización, vuelo sobrevendido y todo, pero al final Iberia me iba llevar a su destino.

Ahora viene lo mejor. Al entrar en el avión y mientras me dirigía a mi asiento empecé a ver caras conocidas que me miraban con signos de reconocimiento: mis amigos de Chicago, las chicas de Miami, el grupo con destino a Praga y muchos más, todos habían conseguido meterse en el mismo vuelo! Cuando me senté por fin en mi asiento y pude relajarme un poco y fui a coger la revista de a bordo caí en la cuenta: no estaba en el vuelo de Iberia, me había metido a capón, sin reserva, ni lista de espera, ni ningun documento en el vuelo de Spanair!

Viva la organización de las compañías aéreas!