Año a año, mes a mes, día a día siguen llegando las pateras. Ya casi no son noticia, o lo son pero no las registramos.Es como cuando oimos pero no escuchamos. Llegan pateras pero no lo pensamos.
Algunas, muchas no llegan; o llegan a medias, la mitad de sus pasajeros ahogados, la mitad deshauciados. Pero no sabemos cuantas no llegan, cuantas se pierden por el camino, en la oscuridad de la noche del Estrecho, en la soledad de la inmensidad atlántica.
Pateras en la noche, cruzando un mar nunca visto ni soñado por sus ateridos y aterrorizados pasajeros, rumbo incierto a un país imaginado y sí soñado.
Me quiero imaginar las conversaciones en la aldea a la tenue luz de la luna y las escasas bombillas. Conversaciones largas, en voz baja, con la mirada perdida en sueños de una vida futura de abundancia, de oportunidad al otro lado del gran lago salado y oscuro. Conversaciones repetidas una y otra vez hasta que una noche, ya hay uno menos en la tertulia, uno menos que partió a la costa, con sus ahorros y los de su familia, empeñada la chabola, los pocos bienes que se pueden empeñar, empeñada la vida en cruzar el mar.
Me puedo imaginar la espera en los puertos, la búsqueda del mediador, del traficante, del patrón que les encuentre un lugar en la próxima patera, un trozo de banco de madera a donde atarse para que las olas no lo tiren al mar, un hueco donde guardar el escaso equipaje que servirá de almohada, manta, hogar. Un billete al futuro incierto que les aguarda al otro lado del agua, a través del infierno.
Pateras en la noche que salen de puertos oscuros a un viaje para el que nada les ha preparado, a través de un mar nunca visto ni soñado. Viaje interminable. Imagino la primera noche en la mar cuando el miedo vence irremediablemente al sueño y a la imaginación. Caras oscuras y asustadas, un canto en la noche con voz temblorosa, vano intento de vencer el terror. El llanto callado de una mujer joven, el llanto aterrado de un niño.
Pateras en la noche engullidas por olas negras y crestas blancas, que remontan y vuelven a ser engullidas. Frío, frío, llanto, miedo, frío, hambre, olores de hombres y mujeres apiñados y aterrados, humedad y frío.
Cuando llegan, los que llegan, descubrirán que el sueño no era tan hermoso, que el maná no cae del cielo, que la tierra de abundancia está llena tambien de miserias y dificultades. Muchos descubrirán que en la travesía han perdido algo irrecuperable, algo que les mantenía despiertos en aquellas conversaciones en la aldea, la ilusión de prosperar, de vivir en un mundo lleno de luz y comida y ropa y cosas brillantes.
Pero muchos encontrarán un camino, a traves de la playa, del top manta o del rastrillo callejero. A traves del piso (patera) en Tetuán, del Seat Panda, del colmado o la peluquería afro encontrarán su camino y su fortuna.
Y alimentarán con su suerte y su historia otras ilusiones, otros sueños, otras conversaciones en la aldea, en cualquier aldea, en los barrios de hojalata de Lagos o Dakar, Benin, Conakry o Lomé. Conversaciones en las que no se hablará de la oscuridad, del miedo, del frío, de los que no llegaron, de los que engulló el mar, de los que se perdieron en tierra, de los que devolvieron desde la frontera en otras pateras con alas, de los que abandonaron en el desierto.
Solo hablarán, del sueño, de la ilusión, de la vida de abundancia al otro lado de las olas.
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