El otro día conocí en una reunión social a dos matrimonios catalanes residentes en Madrid. A la obligada pregunta, ¿qué os ha traido por Madrid?, una sorprendente respuesta: somos exiliados culturales. La conversación por supuesto continuó explorando ese planteamiento radical. En Cataluña se puede estudiar en inglés, francés, italiano, alemán, japonés y por supuesto en catalán, pero no en español. Incluso los colegios privados están obligados a una mayoría de clases en catalán, relegando el español a unas pocas horas a la semana. Ante eso, la decisión de trasladarse a un lugar dónde se puede educar a los hijos en libertad, el exilio cultural.
Uno de los contertulios contaba la anécdota de su abuelo, propietario de una importante empresa textil al que sus empleados hacían huelga exigiendo que se ayudara a sus hijos a aprender el español para darles "más oportunidades" en la vida. Ahora parece que se impone lo contrario. Los obreros de principio de siglo tenían una visión más global que los dirgentes políticos y sociales catalanes de la actualidad.
¿Por qué asusta la libertad? ¿Por qué siempre hay alguien que trata de imponer visiones monocolor? ¿Por qué tanta gente se hace cómplice con el silencio y la apatía, el dejar hacer para no complicarse la vida? ¿Por qué tanta gente elige el "descanso" en vez de la libertad?
Un sólo exiliado cultural es uno de más. Ciertamente mis amigos eligieron la libertad pero al irse, la causa perdió algunos luchadores en Cataluña, dónde la mayoría sigue descansando.
Esteban Kowalsky es una personalidad de múltiples facetas, tantas como le interese a su creador, alter-ego y alias. De esta manera Kowalsky puede explorar con su mente inquisitiva terrenos propios y extraños y su creador puede explorar en la mente de Kowalsky buscando claves diferentes. O es al revés?
domingo, 22 de febrero de 2009
viernes, 13 de febrero de 2009
¿Delegar o Subrogar?
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española,
Delegar: dar a otra persona la jurisdicción que tiene por su dignidad u oficio, para que haga sus veces o para conferirle su representación.
Subrogar: sustituir o poner a alguien o algo en lugar de otra persona.
A veces se confunden los términos y los conceptos. Pero no son lo mismo. En el acto de delegar hay un ejercicio de responsabilidad que no se pierde ya que lo que uno hace es transferir la jurisdicción, la autoridad para hacer y deshacer. La elección de ese alguien es ya en sí mismo un acto de responsabilidad y el momento y la ocasión también. De ahí que sea tan difícil y tan pocos lo hagan bien. Hay que acertar con el quién, el qué y el cuándo. Y además es reversible.
En la subrogación hay una mera sustitución que no implica según la Real Academia transferencia de jurisdicción o autoridad alguna, delegación. Se trata simplemente de un cambio de peones. Que duda cabe que podrías argumentar que también hay que acertar en el quién y el cuándo, pero el qué ya no es tan importante.
Delegar es un acto generoso y valiente, por el que delega y por el delegado, que acepta la jurisdicción y autoridad y por tanto la responsabilidad.
En el acto de subrogación sólo se acepta la sustitución sin mención de la autoridad y la jurisdicción. Es decir es un acto de oportunidad, de conveniencia, casi físico, que exige mucho menor compromiso tanto del sustituido como del sustituyente. A su vez éste no tiene límite alguno, ni por arriba ni por abajo, en cuanto a lo que puede y no puede hacer una vez subrogado, ni responsabilidad que le ate a compromiso alguno.
Esta distinción es oportuna porque enlaza con otras reflexiones recientes sobre la responsabilidad individual. Parecería que muchos no entienden las diferencias y simplemente subrogan y no delegan.
Y no solamente en otros individuos, los españoles nos subrogamos en el colectivo: el gobierno, el partido, el ayuntamiento, el gobierno autonómico, el sindicato...nos sentimos cómodos en un papel pasivo en el que el Estado (que es el conjunto de esos colectivos) nos sustituye y se pone en nuestro lugar y decide por nosotros en qué debemos estudiar y dónde, a que médico y hospital tenemos que ir, a que velocidad circular, en que valores debemos creer y de cuáles debemos abominar, qué es políticamente, socialmente correcto o inaceptable, la proporción de sexos en todo tipo de agrupaciones tanto públicas como privadas, cuantos canales podemos ver por tv y escuchar por radio, nos tiene que avisar si va a llover o nevar, si tenemos que beber agua o enchufar el ventilador.
Claro, los políticos encantados. No delegamos nuestra jurisdicción, nuestra autoridad a través de los votos, en un acto responsable por ambos lados y con ida y vuelta, no. Nos subrogamos en ellos, les decimos que nos susituyan, sin límites ni restricciones. Que tomen ellos las riendas, las decisiones, que no tengo tiempo de pensar yo en esas cosas, que me lo den hecho, que bastante tengo yo ya con lo mío, la crisis, la hipoteca, hacerme rico o irme de vacaciones.
El problema es si un día nos despertamos y nos damos cuenta de que no nos gusta lo que han hecho con nuestra vida, nuestra sociedad, nuestra familia, nuestro pueblo, con nosotros mismos.
¿Delegar o subrogar?
Delegar: dar a otra persona la jurisdicción que tiene por su dignidad u oficio, para que haga sus veces o para conferirle su representación.
Subrogar: sustituir o poner a alguien o algo en lugar de otra persona.
A veces se confunden los términos y los conceptos. Pero no son lo mismo. En el acto de delegar hay un ejercicio de responsabilidad que no se pierde ya que lo que uno hace es transferir la jurisdicción, la autoridad para hacer y deshacer. La elección de ese alguien es ya en sí mismo un acto de responsabilidad y el momento y la ocasión también. De ahí que sea tan difícil y tan pocos lo hagan bien. Hay que acertar con el quién, el qué y el cuándo. Y además es reversible.
En la subrogación hay una mera sustitución que no implica según la Real Academia transferencia de jurisdicción o autoridad alguna, delegación. Se trata simplemente de un cambio de peones. Que duda cabe que podrías argumentar que también hay que acertar en el quién y el cuándo, pero el qué ya no es tan importante.
Delegar es un acto generoso y valiente, por el que delega y por el delegado, que acepta la jurisdicción y autoridad y por tanto la responsabilidad.
En el acto de subrogación sólo se acepta la sustitución sin mención de la autoridad y la jurisdicción. Es decir es un acto de oportunidad, de conveniencia, casi físico, que exige mucho menor compromiso tanto del sustituido como del sustituyente. A su vez éste no tiene límite alguno, ni por arriba ni por abajo, en cuanto a lo que puede y no puede hacer una vez subrogado, ni responsabilidad que le ate a compromiso alguno.
Esta distinción es oportuna porque enlaza con otras reflexiones recientes sobre la responsabilidad individual. Parecería que muchos no entienden las diferencias y simplemente subrogan y no delegan.
Y no solamente en otros individuos, los españoles nos subrogamos en el colectivo: el gobierno, el partido, el ayuntamiento, el gobierno autonómico, el sindicato...nos sentimos cómodos en un papel pasivo en el que el Estado (que es el conjunto de esos colectivos) nos sustituye y se pone en nuestro lugar y decide por nosotros en qué debemos estudiar y dónde, a que médico y hospital tenemos que ir, a que velocidad circular, en que valores debemos creer y de cuáles debemos abominar, qué es políticamente, socialmente correcto o inaceptable, la proporción de sexos en todo tipo de agrupaciones tanto públicas como privadas, cuantos canales podemos ver por tv y escuchar por radio, nos tiene que avisar si va a llover o nevar, si tenemos que beber agua o enchufar el ventilador.
Claro, los políticos encantados. No delegamos nuestra jurisdicción, nuestra autoridad a través de los votos, en un acto responsable por ambos lados y con ida y vuelta, no. Nos subrogamos en ellos, les decimos que nos susituyan, sin límites ni restricciones. Que tomen ellos las riendas, las decisiones, que no tengo tiempo de pensar yo en esas cosas, que me lo den hecho, que bastante tengo yo ya con lo mío, la crisis, la hipoteca, hacerme rico o irme de vacaciones.
El problema es si un día nos despertamos y nos damos cuenta de que no nos gusta lo que han hecho con nuestra vida, nuestra sociedad, nuestra familia, nuestro pueblo, con nosotros mismos.
¿Delegar o subrogar?
lunes, 2 de febrero de 2009
¿Para cuándo una Cuba libre?
Cuba. Su sola mención enciende nuestra imaginación y nos hace palpitar más rápido. Cuba, la isla bella, la más grande, la perla de la corona, la otra provincia a la que media España emigró y la otra la soñó, su música, su perfume, su sol, su luz, su belleza.
Cuba. Tierra de promisión y lugar de destino para tantos gallegos y canarios, vascos y asturianos, cántabros y catalanes, tantos otros que vieron allí su esperanza y su fortuna. Tantos que trabajaron y sudaron, crearon y cultivaron, fundaron y construyeron. Industriosa y fértil, la gran Antilla creció y sus hombres con ella se hicieron ricos e ilustrados.
Cuba. Tanto prosperaron y prosperó la isla que con sangre hermana se emancipó, se despegó de la otra media isla que la nutrió de hombres y sueños. Eso la hizo deseable para el vecino rubio del norte y para otros que quisieron aprovecharse de ello y corrompieron un régimen débil para su propio beneficio, sembrando odio, muerte y desprecio.
Cuba. De esas miserias surgió la esperanza. La última revolución romántica hizo soñar a los jóvenes de cuerpo y espíritu de Cuba y de medio mundo, llenó de esperanza sus corazones. Pero no duró y pronto se volvió ruin y miserable, multiplicando el odio, la muerte y destruyendo la más mínima esperanza de libertad.
Cuba. Sus mejores hombres y mujeres, que un día llegaron en busca de fortuna y de un nuevo hogar, se fueron yendo, en oleadas, poco a poco, sin pausa, sin nada. Al otro lado del mar se reagruparon para poder mirar hacia atrás de vez en cuando y volvieron a trabajar y sudar, crear y construir, soñando esta vez con volver algún día, y cuando vieron que ese sueño no se cumplía, que volvieran sus hijos, sus nietos.
Cuba. Dormida por el peso de la tiranía, vegeta y sobrevive, casi sin esperanzas. Unos pocos todavía sueñan con la libertad, pero ya no atraen a los cultos y refinados jóvenes de Europa y de América que siguen anclados en sus sueños de una revolución que nunca existió más que en sus deseos.
Cuba. ¿Para cuándo la libertad? Ya no volverán ni los hijos ni los nietos de aquellos que se fueron. Los que se quedaron, ¿tendrán fuerza y ganas de luchar, de soñar la libertad, de despertar del letargo?
Cuba. Cuándo serás otra vez la más bella, la deseada, la perla....Cuándo serás otra vez libre.
Cuba. Tierra de promisión y lugar de destino para tantos gallegos y canarios, vascos y asturianos, cántabros y catalanes, tantos otros que vieron allí su esperanza y su fortuna. Tantos que trabajaron y sudaron, crearon y cultivaron, fundaron y construyeron. Industriosa y fértil, la gran Antilla creció y sus hombres con ella se hicieron ricos e ilustrados.
Cuba. Tanto prosperaron y prosperó la isla que con sangre hermana se emancipó, se despegó de la otra media isla que la nutrió de hombres y sueños. Eso la hizo deseable para el vecino rubio del norte y para otros que quisieron aprovecharse de ello y corrompieron un régimen débil para su propio beneficio, sembrando odio, muerte y desprecio.
Cuba. De esas miserias surgió la esperanza. La última revolución romántica hizo soñar a los jóvenes de cuerpo y espíritu de Cuba y de medio mundo, llenó de esperanza sus corazones. Pero no duró y pronto se volvió ruin y miserable, multiplicando el odio, la muerte y destruyendo la más mínima esperanza de libertad.
Cuba. Sus mejores hombres y mujeres, que un día llegaron en busca de fortuna y de un nuevo hogar, se fueron yendo, en oleadas, poco a poco, sin pausa, sin nada. Al otro lado del mar se reagruparon para poder mirar hacia atrás de vez en cuando y volvieron a trabajar y sudar, crear y construir, soñando esta vez con volver algún día, y cuando vieron que ese sueño no se cumplía, que volvieran sus hijos, sus nietos.
Cuba. Dormida por el peso de la tiranía, vegeta y sobrevive, casi sin esperanzas. Unos pocos todavía sueñan con la libertad, pero ya no atraen a los cultos y refinados jóvenes de Europa y de América que siguen anclados en sus sueños de una revolución que nunca existió más que en sus deseos.
Cuba. ¿Para cuándo la libertad? Ya no volverán ni los hijos ni los nietos de aquellos que se fueron. Los que se quedaron, ¿tendrán fuerza y ganas de luchar, de soñar la libertad, de despertar del letargo?
Cuba. Cuándo serás otra vez la más bella, la deseada, la perla....Cuándo serás otra vez libre.
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