Ya bien entrados en 2010, una odisea en el tiempo y el espacio , no he visto muchos balances, de esos que se hacen todos los años, recordando lo bueno y lo malo del año que se va y anticipando lo bueno y lo malo del año por venir.
Quizá soy yo, que ando con la cabeza ocupada en muchos asuntos y no he reparado en ello. Quizá es que los tiempos que corren son tan intensos que bastante tenemos con pensar en el día a día, bastante tenemos con hacer balance del día que ha sido y del día por venir.
Tal vez nos estemos contagiando de la cultura dominante, la de la imagen y lo perecedero, lo inmediato, casi lo fortuito, y no nos preocupamos, no vemos, ignoramos lo duradero, lo persistente y pertinaz que queda y hace poso. Quizá por eso ya no leemos, ni escribimos, solo miramos la pantalla dónde esperamos que pase todo, como mucho apretando unas teclas o moviendo el joy stick.
A lo mejor en este año que acaba de terminar, en estos años que han pasado, que nos han pasado volando, se nos ha consumido la memoria y nos hemos convertido todos en el pez Dolly y nuestra memoria ya sólo dura lo que dura el telediario sin anuncios.
O a lo peor, lo que ha pasado es que no sólo se ha acabado un año, se nos ha ido una década, la primera de un siglo que empezó con enorme ilusión y esperanza de que este sería el siglo en el que superaríamos los problemas y miserias de la humanidad. Un siglo que iba estar dominado por una tecnología al tamaño del hombre, que igualaría y nos convertiría a todos en ciudadanos de una aldea global.com.
Y nos hemos topado con una década convulsa que empezó derribando torres y abriendo una enorme brecha que parte el mundo en mil pedazos. Una década de burbujas que estallan dejando tras de sí el rastro de fracaso y crisis económica, paro y emigración. Una década de epidemias globales que viajan en avión low cost y teletipo de agencia de noticias. Una década que ha separado civilizaciones y roto sociedades en buenos y malos. Una década que ha visto sacudir al mundo con terremotos y tsunamis, sequías y katrinas provocando las mayores tragedias de la historia de la humanidad.
El caso es que esta década no ha sido quizá lo que esperábamos, y tampoco lo ha sido el año que por fin se va. Y tal vez eso nos ha dejado en un estado de melancolía y desesperanza que no nos lleva a afrontar el año nuevo, la nueva década, con ilusión y buenas expectativas.
Pero quizá por fin en esta década podamos romper la racha. Quizá por fin encontremos metas y objetivos que sean alcanzables y nos ilusionen de nuevo. Quizá surjan los líderes honestos y sinceros que antepongan el beneficio colectivo a la ambición personal. Quizá aprendamos a sacar más partido de la diversidad y las diferencias. Quizá aprendamos a convivir mejor con el planeta que nos acoge y lo cuidemos un poco más. Quizá....
Pues quizá nos debamos poner a ello! No es tarea fácil ni una que nos vaya a venir dada así que manos a la obra. Si una mariposa china puede provocar un vendaval en San Francisco, que no podrá nuestra ilusión colectiva!