martes, 29 de noviembre de 2011

Valladolid

Hoy no me resisto a re-publicar un precioso reportaje, más por lo que cuenta que como lo cuenta, aparecido hoy en El Mundo, en la sección Ocho Leguas, sobre Valladolid.

Hoy no me resisto a ensalzar lo local y sentirme apegado al lugar dónde nací y del cuál siempre he tenido y tengo un recuerdo cálido y proximo, a pesar que hace tantos años que ya no vivo allí.

Transcribo literal, no añado ni quito.


Ocho formas de "vivir" Valladolid

Desde la noble huella de caballeros en sus imponentes castillos hasta el regalo al estómago de su gastronomía, pasando por sus vinos, su historia, su cultura y sus gentes hospitalarias. Son
tantas las maneras de visitar esta provincia...

 1. Bajo el hechizo de sus castillos


Fortalezas de origen romano, baluartes que fueron testigos de sangrientas batallas, alcázares
en los que nobles caballeros exhibían su poderío... Tantos castillos atesora Valladolid -más que ninguna otra provincia española- que sólo ellos, por sí mismos, constituyen una ruta apasionante.
Algunos nacieron en tiempos de la Reconquista para garantizar la posesión del territorio; otros, fueron orgulloso fruto de las disputas entre León y Castilla. Nombrarlos todos sería labor imposible. Valga como muestra el de Montealegre, en cuyas sólidas atalayas pudimos ver a Charlton Heston en la película El Cid, o el de Fuensaldaña, nido de amor de los Reyes  Católicos en los días siguientes a su boda. También el de Peñafiel, que debe parte de su grandeza al infante Don Juan Manuel, célebre autor de El Conde Lucanor, y que, comparado con un inmenso barco anclado en la meseta, se ha erigido en símbolo de una provincia que se jacta de ser inexpugnable. Y con razón.

2. Surcando el Canal de Castilla

Hubo una vez un sueño: unir, por agua, Madrid y Santander. Un sueño de la Ilustración, allá por el siglo XVIII, orientado a promocionar los productos de la Meseta -el vino, la lana, los cereales...- para darles salida al Cantábrico. Y este sueño -irrealizado, como casi todos los sueños- dió lugar al que hoy es el único canal navegable de España: el Canal De Castilla, un curso de aguo artificial que, en la parte que baña Valladolid -también lo hace en Palencia y Burgos- se llama Ramal de Campos y ofrece un espectáculo único.

Una franja húmeda que se abre paso entre la estepa castellana, llenado sus riberas de olmos, álamos, chopos, acacias y zarzamoras. Y con ello también de aves, liebres, zorros, nutrias... Embarcarse en Medina de Ríoseco a bordo del bote Antonio de Ulloa y emprender un agradable paseo por este oasis es otra forma de conocer la provincia, mientras se asiste al
formidable sistema de las esclusas y se admiran, en el camino, importantes joyas arquitectónicas. Quién dijo que la Meseta era toda seca y amarilla?...
3. Con un tributo a la Literatura
Esta tierra que ha visto nacer y crecer a tantos escritores ilustres -José Zorrilla, Jorge Guillén, Rosa Chacel, Miguel Delibes, Francisco Umbral...-tenía que reservarse un rincón consagrado a la literatura. Ahí está Urueña cumpliendo este cometido y erigiéndose en una cita imprescindible para los amantes de las letras. Porque Urueña es, desde el año 2007, la primera Villa del Libro de España y una de las únicas 25 que existen en todo el mundo. En esta recoleta aldea medieval dotada de unas murallas del siglo XII y de un castillo que ejerce como balcón sobre Tierra de Campos todo gira en torno a los libros, en especial a los libros antiguos, raros, viejos o descatalogados. Repartidas por sus calles y sus corros, las librerías se multiplican en espacios públicos recuperados y especializadas en temas -naturaleza, cine, tradiciones, vino...- como bien indica la cita literaria que cada una de ellas tiene caligrafiada en su fachada. El resto: eventos relacionados con la literatura, congresos de escritores, talleres... y el Centro Cultural e-LEA, con su interesante exposición Entre líneas. Una
historia del libro.
4. A través de sus joyas artísticas
Empecemos por los palomares, la construcción popular por excelencia de Valladolid. Belleza rústica donde las haya porque en su día sirvieron para complementar la economía familiar con la cría de pichones y hoy son ya un reclamo turístico por la variedad de sus formas y porque otorgan al paisaje un elemento diferenciador  y único en la rutina de los campos amarillos.
Más allá de estos, la provincia de Valladolid atesora una larga lista de joyas artísticas. Destaquemos, por ejemplo, la iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote o la de Santa María de Wamba, dejemos a un lado el soberbio Monasterio de la Santa Espina, y vayamos directos a la Colegiata de San Luis, el llamado Escorial Vallisoletano, donde se educó Jeromín, el hijo bastardo de Carlos V. Y no olvidemos los múltiples vestigios de arte mudéjar en localidades como Alcazarán, Fresno el Viejo, Mojados, Pozáldez,  Matapozuelos... y los dos grandes referentes: Olmedo y Medina del Campo. Y para arte clásico, el Museo de las Villas Romanas, en Almeara de Adaja y Puras, donde perviven los restos de una lujosa casa del siglo IV, así como un museo con todas las claves de esta poca.
5. Con el estómago (bien) lleno
Si el pan, alimento básico de la dieta diaria, tiene en Valladolid marca de garantía, qué no será del resto de su gastronomía, una de las más completas y variadas. Porque la cocina de esta provincia tiene la baza de una excelente materia prima que resulta  especialmente apta para la receta tradicional y la elaboración artesanal de sus platos. El protagonista indiscutible? El lechazo, alimentado con la leche materna de la oveja churra y asado en horno de leña o cocinado a la parrilla o frito... Un manjar que comparte el apartado cárnico con el cochinillo, el conejo, las perdices y la liebre, pero también con los embutidos, salchichas y morcillas derivados del cerdo y con el pichón de Tierra de Campos, tierno y sabroso.
Para compensar, los productos fresco de la huerta -lechugas, endivias, espárragos... y el famoso ajo castellano- y también hongos, setas y níscalos que crecen bajo los bosques. Y de postre, además de deliciosos quesos de oveja, una repostería contundente con el piñón típico de la zona. En restaurantes castizos como las Bodegas Subterráneas de Fuensaldaña o en templos de la innovación culinaria como La Botica, en Matapozuelos, la gastronomía pucelana no deja indiferente a nadie. Y ah es poco.
 6. De vinos para dar y tomar
Hablar de Valladolid es hablar de sus famosos vinos, con los que se riegan las delicias del
apartado anterior. Nada menos que cinco Denominaciones de Origen atesora esta provincia: Rueda, Cigales, Tierra de León, Toro y Ribera del Duero, esta última con bodegas tan emblemáticas como Vega Sicilia, Tinto Pesquera o Protos, por poner sólo tres ejemplos de entre las ms de doscientas marcas. Esta última es la más veterana del grupo -nació en 1927- y destaca por su nuevo edificio, una joya arquitectónica diseñada por Richard Rogers, el autor de la T4 de Barajas.

Pero para entrar de lleno en el inabarcable mundo enológico de Valladolid -y de toda Castilla y
León- hay que visitar el Museo del Vino, en el solemne Castillo de Peñafiel. Un espacio que explora y explica todos los aspectos relacionados con la viticultura, al tiempo que organiza un
interesante programa de actividades culturales: catas, maridajes, convenciones, congresos... y también conciertos, monólogos y hasta sesiones de DJ. Por algo se trata de uno de los museos ms visitados de España.
7. Con la salud por bandera
Tanto comer bien y beber mejor requiere un extra de relax. Y si es de manera profesional, mucho mejor aún. Para ello existen en la provincia dos citas inexcusables. La primera está en el Hotel Balneario de la Villa de Olmedo, asentado en un convento mudéjar de monjas de clausura que se remonta al siglo XII. Un complejo en el que el estrés tiene prohibida su entrada
gracias a novedosas técnicas con aguas hipotermales, beneficiosos tratamientos para el organismo y mágicas piscinas en un impactante claustro termal.
La segunda está en el hotel rural La Vida de Aldeayuso, con su dedicación a la vinoterapia. Un proyecto innovador que emplea los aceites esenciales extraídos de la semilla y del hollejo de la uva para alimentar esa filosofía de la desaceleración, del amor por lo pausado, lo pequeño y lo local. La filosofía del movimiento Slow, a la que se acoge este establecimiento... Nunca habrás sentido tanta paz.

8. De fiesta, con sus gentes
Porque es la mejor manera de descubrir el carácter alegre y hospitalario de los pueblos vallisoletanos. Peñas, encierros, corridas de toros, manifestaciones folclóricas y celebraciones en las que emerge la autenticidad de esta tierra muy entregada a las tradiciones religiosas, pero también a las conmemoraciones históricas y la fiesta con mayúsculas. Destaca la Semana Santa, que tiene un sabor especial, y una larga lista de festejos como los de Nuestra Señora y San Roque (Peñafiel), la Virgen de los Pegotes (Nava del Rey), el Toro de Vega (Tordesillas), la Vaca Enmaronada (Palazuelo de Vedija) o el Vítor (Mayorga), que ha sido declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional. También, por supuesto, la Fiesta de la Vendimia de Cigales y una curiosidad: la Concentración Internacional de Pingüinos, el fin de semana siguiente a los Reyes Magos. Aves marinas? No, motoristas que, desde hace 30 años, acuden a esta cita, una de las de mayor renombre a nivel mundial.

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