Esta sociedad española que nos ha tocado vivir y de la que formamos parte tiene una relación conflictiva y contradictoria con la culpa y la responsabilidad.
Para ilustrar esta afirmación nos pueden valer dos ejemplos trágicos y recientes: la muerte de Rayan, el bebé prematuro víctima de una trágica confusión de catéteres y el accidente que costó la vida a los cinco bomberos en el incendio forestal de hace unas semanas en Tarragona.
Más que en analizar los hechos, ya sobradamente comentados, quiero fijarme en las reacciones ante los mismos.
En el caso de Rayan, la noticia nos inundó de horror y pena, ya que al hecho ya de por sí trágico, se unía la coincidencia maldita de que su madre acababa de fallecer como la primera víctima en España de la nueva gripe A. Inmediatamente, y sobre todo tras conocer la causa de la muerte, esa inexplicable confusion de la vía nasogástrica con la intravenosa, nos tornamos hacia la enfermera responsable y nos preguntamos como alguien puede equivocarse de esa manera. Sin embargo los mecanismos corporativos se pusieron inmediatamente en marcha: culpar a la profesional es criminalizar a la profesión. Los medios son, siempre lo son, insuficientes, el hospital, la gerencia no habían previsto que esto puede pasar, la formacion es insuficiente, los cambios y traslados de personal son perversos, ocurren mas casos similares.....
A esta reacción corporativa, perfectamente orquestada por el órgano de colegiación de los profesionales de la enfermería y coreado por los sindicatos se unen dos hechos mas: la familia es de origen marroquí, y nuestros queridos primos del sur y sus gobernantes no pierden tiempo en organizar una respuesta (avión real incluido para transportar el pequeno féretro de Rayan, cuando ignoran durante meses los restos de los que mueren en las pateras) que amplifica el impacto y el eco de esta tragedia. En segundo lugar, tras llorar la muerte del pequeño, nos reflejamos en los que viven y nos imaginamos el tormento y el sufrimiento que tiene que estar pasando la enfermera y nos imaginamos por un momento lo mal que lo estaríamos pasando si fuéramos nosotros los que estuviesemos en su pellejo.
Así que las simpatías se tornan lanzas y de pronto ya no vemos responsabilidad alguna en la profesional, ya no vemos error humano de una persona normal y corriente, de uno de nosotros, ya no vemos culpabilidad, ni negligencia ni descuido. La culpa, de tenerla alguien, la tiene el gerente, los responsables, la dirección, los políticos, la privatización encubierta de la Sanidad en Madrid, el sistema. No hay responsabilidad individual, ni exigencia de la misma. La culpa se colectiviza y por elevación se asigna al sistema en su conjunto. Se diluye y todos nos sentimos aliviados por que si un día nos pasa a nosotros, nos equivocamos y metemos trágicamente la pata, la sociedad nos tratará igual y diluirá nuestra culpa y la responsabilidad estará en el sistema, la política, la falta de previsión de los directivos, no en la responsabilidad individual de un profesional que por serlo está sujeto al acierto y al error.
En el caso del incendio de Tarragona vemos un ejemplo distinto pero que también refleja nuestra dificultad con la responsabilidad y la culpa. En este caso el incendio provocó la muerte de cinco bomberos que quedaron fatalmente atrapados y rodeados por el fuego. El fuego, elemento primordial de la naturaleza, creador y destructor a la vez, se propagó imparable alimentado por las altas temperaturas, la sequedad ambiental, el fuerte viento y la gran masa de vegetación. Cuando las fuerzas de la naturaleza se disparan es difícil pararlas. Pero en este caso no nos resignamos a no culpabilizar a alguien porque podíamos haber sido nosotros los que muriéramos en el incendio, eran uno de nosotros, así que alguien tiene que ser culpable.
El alcalde de la localidad, en un ejercicio de irresponsabilidad asombrosa declaraba a las pocas horas que había habido "relajación" de los jefes y responsables de la lucha contra el incendio. No había habido error de cálculo de la escuadra de bomberos que se vió atrapada por una lengua de fuego imprevisible, no había por supuesto responsabilidad en el ayuntamiento por no haber mantenido los bosques más limpios de maleza, ni más guardabosques. Por supuesto el que las condiciones ambientales fuesen ideales para la propagación del fuego no tenía nada que ver con el accidente. El accidente se podía haber evitado si alguien responsable no se hubiese relajado. Evidentement el alcalde no, él no se relajó, por si acaso a alguien se le iba a ocurrir apuntar en esa dirección, más vale un buen ataque que una mala defensa.
Por supuesto, al alcalde y a todos los que le escucharon, recogieron sus palabras, las reprodujeron y se hicieron eco de las mismas no se les ocurrió pensar que a lo mejor no lo podemos controlar todo, que el hombre del siglo XXI todavía no es capaz de dominar las fuerzas de la naturaleza cuando éstas se desatan en una tormenta perfecta, o en un incendio perfecto. Y que por tanto, los accidentes, cuando se lucha en primera línea contra esas fuerzas naturales, pueden ocurrir, sin que haya que buscar responsables en el sistema.
Ambos ejemplos ilustran el conflicto de la sociedad española a mi juicio con la culpa y la responsabilidad. Por un lado nos entra un miedo al vacío si no culpabilizamos a alguien, si no encontramos a un responsable al que poner en la picota y juzgar en la plaza pública. Pero por otro lado nos da vértigo pensar que a lo mejor un día nos puede pasar a nosotros y nos van a exigir responsabilidades, así que miramos hacia arriba y culpamos al sistema, a la falta de previsión de los responsables, de los políticos, que para eso están.
No se trata de exculpar a priori a éstos. En muchos casos existe falta de previsión, descoordinación, lentitud en la respuesta etc....pero eso no exime del juicio claro y objetivo ante los hechos concretos, y en su caso reconocer la responsabilidad individual ante los aciertos y los errores.
Y también la humildad de reconocer que "todavía" no podemos controlarlo todo.
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