No me he olvidado de mis pocos pero fieles seguidores. Tampoco se ha secado el manantial de mi escaso talento literario. No me he peleado con los administradores del blog. Tampoco es que haya olvidado la palabra clave para añadir nuevas entradas. Simplemente mi ordenador dijo basta y su disco duro se fundió como si fuera blando. Así que he tenido que andar de prestado y eso ha hecho que no coincidieran siempre las musas y el teclado de ocasión. En fin, esto no justifica pero al menos explica mi ausencia.
Pero Kowalsky ya está de vuelta. Y entremedias, durante esta pausa, ha entrado en la flor de la edad, como así la define el ilustre Escribidor al describir a uno de los personajes de sus seriales radiofónicos en la Lima de los años 50: "Era un hombre que había llegado a la flor de la edad, la cincuentena, y en su persona -frente ancha, nariz aguileña, mirada penetrante, rectitud y bondad en el espíritu-, la pulcritud ética se transparentaba en una apostura que le merecía al instante el respeto de las gentes".
Durante esta ausencia, repito no deseada, pero urdida en los entresijos binarios de la tecnología informática, coincide que otros ilustres amigos y colegas han alcanzado también ese umbral dorado que nos incorpora a lo mejor de la vida. Los cincuenta son los nuevos treinta proclaman a voz en grito los nuevos sociólogos, los nuevos gurús del marketing. A los cincuenta se puede empezar una nueva vida, a correr el maratón, escalar un ochomil, montar una empresa, colgar la vida anterior y empezar una nueva: "Estaba en la flor de la edad, la cincuentena, y sus señas particulares - frente ancha, nariz aguileña, mirada penetrante, rectitud y bondad en el espíritu-, podían haber hecho de él un Don Juán si se hubiera interesado por las mujeres."
La gente pregunta como te sientes al cumplir esa edad como si ese día o ese paso marcado en el calendario tuviese un efecto distinto al de cualquier otro día, como si efectivamente pasase algo diferente al día anterior o al siguiente. Como si de repente sintieras el peso de todos y cada uno de los 18.250 días vividos que te caen de golpe. Y sin embargo, yo nunca he visto mejor a los míos, los que van cumpliendo conmigo, mis compañeros en este viaje. Los buenos vinos envejecen bien y alcanzan su mejor momento cuando pierden los tonos agudos y mas chirriantes propios de la primera maduración, cuando alcanzan el equilibrio de color, olor y sabor. Cuando se convierten en el mejor caldo, solo o acompanado, cuando ya no importa su origen sino en lo que se han convertido: "Mujer superior y sin complejos, llegada a lo que la ciencia ha dado en considerar la edad ideal -la cincuentena- la doctora Acémila -frente ancha, nariz aguileña, mirada penetrante, rectitud y bondad en el espíritu- era la negación viviente de su apellido (sic), alguien en quien la inteligencia era un atributo físico, algo que sus pacientes podían ver, oir, oler."
Extractos de "La tia Julia y el Escribidor" - Mario Vargas Llosa
Dedicado a la cosecha del '59: calificación excelente